Animal Número 64

 
El País (Spain)
By José María Irujo

November 20, 2006


ikassrien-Duermes bien? ¿Qué piensas durante la noche?

-Veo caballos caminar bajo la tierra.

-¿Hablas con ellos?

-Sí, todas las noches.

-¿En qué idioma?

-En el de las hormigas.

El psiquiatra norteamericano de rasgos orientales que interrogaba en la prisión de Guantánamo (Cuba) a Lahcen Ikassrien, un marroquí que vivió en Madrid durante 13 años, permaneció callado unos segundos, rió y respondió al preso: "Yo hablo el idioma de las mariposas".

Según Lahcen, aquel hombre extraño que le visitó en Camp Five (uno de los centros de internamiento de presuntos yihadistas) cuando llevaba recluido más de tres años, sólo quería saber "si ya me había vuelto loco". "Y yo le seguí el juego", dice ahora sentado en un bar árabe, en el barrio madrileño de Lavapiés, donde exhibe sus heridas de guerra en Afganistán y la reciente sentencia absolutoria de la Audiencia Nacional tras ser extraditado por EE UU a petición del juez Baltasar Garzón. La fiscalía le acusaba de pertenencia a Al Qaeda.

A Lahcen Ikassrien, de 39 años, natural de Alhucemas -un hombre moreno, de estatura media, fuerte y corpulento-, no le hablaron en Guantánamo ni en Afganistán en el lenguaje de las mariposas. La primera sesión de tortura fue en la prisión afgana levantada en el aeropuerto de Kandahar. Allí comprendió que iba camino del infierno cuando, aturdido y asustado, vio la pulsera de plástico que un soldado norteamericano le colocó en su mano derecha: "Animal número 64".

Era diciembre de 2001 y las tropas especiales de EE UU y sus aliados de la Alianza del Norte combatían contra Osama Bin Laden y el ejército talibán semanas después del 11-S. "La noche anterior me llevaron a una tienda de campaña donde decían que había médicos. Me metieron el dedo por el ano porque buscaban explosivos y me tiraron desnudo a un cerco rodeado de espinos. Me dieron un mono azul y me condujeron a un búnker, donde, atado a una caja para que no me moviera, varios encapuchados me arrojaron cubos de mierda, pis y agua helada. Antes me habían grabado en vídeo desnudo".

Ikassrien no estaba en Afganistán por casualidad. Viajó allí desde Madrid tras separarse de su mujer marroquí y parecía fascinado por el gobierno talibán: "Quería saber cómo se vivía allí, si era verdad lo que se decía de los talibanes. Para mí, talibán era sinónimo de musulmán, de buen musulmán". Lahcen se movía en los círculos radicales de Lavapiés, y frecuentaba el bar La Alhambra y las mezquitas de ese barrio, según testimonios de personas que dicen conocerle. Trabajó como jardinero, cocinero y en la construcción en Villalba, Getafe y Leganés hasta que fue detenido y condenado a tres años de prisión por tráfico de hachís, pena que cumplió en Valdemoro.

Su viaje hasta el feudo talibán no fue fácil. En noviembre de 2000 fue detenido y expulsado de Estambul (Turquía), donde permaneció dos meses. "Viajé hasta Irán en autobús y entré en Afganistán por Herat a bordo de un taxi. Me interrogaron en una comisaría durante seis horas. Querían saberlo todo. Adónde iba y qué quería hacer. Aquella gente no se fiaba de nadie. Yo les dije que venía de Europa a vivir como los verdaderos musulmanes. Me mandaron a Kunduz, cerca de Mazar-i-Sharif, y allí compré un taxi y una carnicería, que me regentaban dos afganos. Yo no podía hacerlo porque no entendía ni pastún, ni árabe".

Lahcen asegura que no se entrenó en ningún campo de Al Qaeda, como sospecha y no pudo probar la policía española, y sostiene que no fue captado como muyahidin por Imad Eddin Barakat, Abu Dahdah, uno de los jefes en España de esa organización terrorista. La sentencia que le ha absuelto destaca que tampoco se ha probado la relación entre ambos. Él reitera que no peleó junto a los talibanes.

El marroquí relata así su captura en Afganistán: "Los aviones norteamericanos daban vueltas por Kunduz, y los habitantes del pueblo salieron huyendo en camiones en dirección a Mazar-i-Sharif. Yo iba en uno de esos camiones. Las fuerzas de Dostum [el general uzbeko Abdul Rashid Dostum] nos pararon allí, y a los hombres nos ataron con las manos atrás. Luego nos llevaron a la prisión de Qila-i-Jhangi".

En la fortaleza de Qila-i-Jhangi, a las afueras de Mazar-i-Sharif, se produjo uno de los episodios más trágicos de la invasión norteamericana a Afganistán: la rebelión de mercenarios extranjeros talibanes que acabó en una terrible masacre de 600 presos denunciada por Mary Robinson, la alta comisaria para Derechos Humanos de la ONU.

Lahcen tuvo suerte y fue uno de los escasos sobrevivientes, aunque el impacto de un misil lanzado por un avión norteamericano le reventó un brazo y una mano. "Mi grupo estaba en un fosa bajo tierra y nos echaban gasolina. Muchos murieron abrasados. Luego las tropas de Dostum echaron agua y llegué a tenerla a la altura del cuello. Fue horrible. Salí vivo de milagro". En la fortaleza de Quila-i-Jhangi se encontraron los cadáveres de algunos presos con las manos atadas a la espalda. Lahcen también permaneció allí maniatado.

Las fuerzas de Dostum y los norteamericanos metieron a todos los sobrevivientes del motín en un contenedor y los condujeron a otra prisión en Mazar-i-Sharif donde había paquistaníes y árabes sospechosos de apoyar a Al Qaeda. Allí conoció Lahcen a los musulmanes británicos que han protagonizado la película Camino a Guantánamo. "Era un patio al aire libre. Estábamos centenares de personas. No había servicios, y cagábamos y meábamos los unos al lado de los otros. No comimos nada durante cinco días y al sexto nos trajeron un plato de arroz para compartir. Voluntarios de Cruz Roja nos visitaban y decían que nos llevarían a casa".

"¿Para qué has venido a Afganistán?", le preguntaron una y otra vez los soldados norteamericanos a Lahcen en una casa próxima a la prisión donde unos supuestos médicos del ejército de EE UU curaron sus heridas. "Me ponían una pistola en la cabeza y me daban con la culata cuando me negaba a contestar. En aquella prisión estuve varias semanas, y me enteré por la gente de la Cruz Roja de que los hombres de Dostum me habían vendido por 75.000 dólares. Les dijeron que yo era un importante terrorista. Y los norteamericanos les pagaban con dólares falsos. Una noche me sacaron del patio con otras 15 personas, nos metieron desnudos en un camión y nos llevaron en avión al aeropuerto de Kandahar. Allí descubrí, por aquella pulsera, que para esa gente yo era el 'animal 64". Según la policía española, Lahcen manifestó a los norteamericanos que su nombre era Reswan Abdulsalam y que era español.

Las sesiones de tortura en la prisión de Kandahar duraron un mes (era enero 2002), y el marroquí oyó centenares de veces la misma pregunta: "¿A qué has venido a Afganistán?". "Allí un día parecía un año. Me quemaron con cigarrillos en las piernas, me pegaron culatazos en la cabeza, y repetían una y otra vez que una persona como yo no tenía derecho a vivir. El 29 de diciembre, la Cruz Roja le registró como detenido en Mazar-i-Sharif y residente en España".

En Kandahar, los presos dormían en grandes tiendas de campaña, y por la noche los soldados norteamericanos entraban con focos y elegían a los que iban a trasladar a Guantánamo. Una noche, posiblemente la del 6 de febrero, le tocó el turno a Lahcen. "Me tiraron al suelo con los perros, me pusieron las rodillas encima y me ataron con cuerdas mientras uno grababa en vídeo. En otra tienda me cortaron el pelo, me echaron unos polvos amarillos desinfectantes y me vistieron con un mono blanco. En el avión íbamos una docena, todos encapuchados, en el suelo y atados con cadenas de pies y manos. El viaje fue largo, y nos hicimos nuestras necesidades porque no nos permitían ir al baño. No sabíamos adónde ibamos. Llegamos a Guantánamo a mediodía".

Lahcen tardó seis meses en descubrir que estaba en una base militar de EE UU en la isla de Cuba. Cada preso tenía una percepción distinta: unos creían que estaban en África y muchos otros en Asia. Al llegar atravesó de rodillas y encapuchado un suelo de piedras cortantes que impedía correr y le condujeron hasta la enfermería, donde le curaron sus heridas. La báscula marcó 55 kilos, 23 menos que cuando fue detenido en Afganistán. "Mi brazo tenía gangrena, y, al igual que en Kandahar, me dieron un papel para que lo firmara y autorizara la amputación. Un voluntario de Cruz Roja me aconsejó que no lo hiciera, pensaba que se podía salvar, y gracias a él lo conservo". Le cambiaron el mono blanco por uno naranja, le quitaron la pulsera de "animal 64" y le ficharon con el número 72. "¡Qué guapo estás con ese traje!', me dijo la responsable de la enfermería mientras todos se reían".

El hospital de Guantánamo es un tienda de campaña, según la describe Lahcen, y allí permaneció unos tres meses sentado en una silla de tijera y atado de pies y manos en compañía de otros 20 presos, en su mayoría árabes, afganos y paquistaníes. Todos capturados en Afganistán, todos sospechosos de terrorismo. "Los soldados entraban en la enfermería con los perros, que nos ladraban enloquecidos. Hicimos una huelga de hambre para que no entraran más".

Hacia el mes de mayo, el marroquí recibió allí la primera visita de una delegación española, un diplomático de la Embajada en Washington y policías dirigidos por Rafael Gómez Menor, entonces uno de los jefes de la Unidad Central de Información Exterior, la que llevaba años investigando a la célula del sirio Abu Dahdah. Con autorización de Estados Unidos interrogaron a Lahcen; a Hamed Abderramán, Hmido, un ceutí detenido también en Afganistán, y a otros presos supuestamente vinculados con actividades en España.

"Me pidieron permiso para grabar el interrogatorio y les dije que hicieran lo que quisieran. Les conté mi verdad, pero ellos querían que les dijera que era un terrorista y que me entrené en Afganistán, algo que no era verdad". Los días 22, 23, 24 y 25 de julio, los policías españoles volvieron a interrogarle y a mostrarle fotografías de radicales marroquíes como Amer el Azizi, hoy huido; Jamal Zougam, uno de los presuntos autores del 11-M al que entonces ya vigilaban, y del tuerto Salahedin Benyaich, Abu Mughen, ex muyahidin en Bosnia y ahora preso en Marruecos por el atentado de Casablanca.

Según Lahcen, a partir de aquellas visitas los norteamericanos le empezaron a tratar peor, y las torturas y amenazas se sucedieron. "Decían que, según los informes de los españoles, yo era un traficante de droga internacional y que financiaba la yihad dentro y fuera de España".

El preso salió del hospital encapuchado y fue trasladado en una camioneta al Campo Delta. Su nuevo hogar era un contenedor de chapa de un metro y medio de ancho por dos de largo, con un lavabo y una cama sin colchón. Había una luz intensa que impedía dormir y el agua escaseaba. Unos agujeros en la pared le permitían ver y charlar con su compañero de celda. El calor era insoportable y vestía sólo su pantalón corto de color naranja.

"¿Quién es éste? ¿Conoces a este grupo?". Los interrogatorios en el Campo Delta se celebraban en una sala especial, y recordaron al marroquí su experiencia en Kandahar. Le mostraron cientos de fotografías de yihadistas y hablaron de decenas de grupos próximos a Al Qaeda. "Venían a la celda, echaban un spray que te hacía llorar, te dabas la vuelta, te ponías de rodillas con las manos entrelazadas en la cabeza, y te ataban pies y manos con cadenas. Te conducían a una sala con las paredes de plástico, y allí te dejaban horas solo. Horas de angustia esperando a que llegaran. Ponían ventiladores para que te helaras de frío".

La siguiente visita de los policias españoles se produjo unos siete meses después. Lahcen cree que fue a principios de 2003. De nuevo, varios agentes encabezados por el mismo comisario y un miembro de la Embajada. El preso escuchó en un radiocasete una serie de conversaciones intervenidas por la policía a Abu Dahdad en las que hablaba con un tal Hassan que supuestamente era él. Pero negó que esa voz fuera la suya. "Me ofrecieron convertirme en testigo protegido. Decían que me darían dinero, trabajo y casa si colaboraba. Me ofrecieron hablar con mi madre a la mañana siguiente. Les dije que sí, hacia tres años que no sabía nada de ella".

Según el relato de Lahcen, al día siguiente un capitán y un intérprete le facilitaron llamar a su madre a Alhucemas delante de los policías españoles: "Puedes hablar dos minutos. Dile que estás bien y vivo, pero no digas dónde estás". "Les respondí que si no podía decirle a mi madre dónde estaba, no aceptaba la llamada, y se fueron enfadados. Luego volvieron los norteamericanos y me dieron una paliza. Me desnudaron y echaron a un contenedor donde había ratas. Estuve tres días solo, desnudo, sin comida ni agua. Como un animal. Vinieron los de la Cruz Roja a visitarme y me preguntaron por qué estaba allí".

Aunque la policía señala en un informe presentado en el juicio que no volvieron a verle en Guantánamo, Lahcen asegura que los agentes regresaron en junio o julio de 2003. "Vinieron con más fotos. Les dije que era marroquí y que no tenían derecho a interrogarme. Ellos respondían que querían ayudarme. 'Cada vez que venis me torturan los americanos', les reproché". También fue interrogado por agentes marroquíes.

Como en otras ocasiones cuando la policía española dejó Guantánamo, los norteamericanos torturaron a Lahcen pidiéndole que reconociera a algunas personas. "De nuevo estuve varios días desnudo y sin comida. Vino una interrogadora que decía llamarse Ana y empezó a enseñarme más fotos. Yo me negué a contestar. Trajeron perros negros con bozal, me pusieron una capucha y los animales ladraban y me golpeaban con sus patas. Sólo sentía los empujones, no sabía si estaban o no sueltos. Mis compañero oían todo y golpeaban con sus puños en las celdas".

La última visita de los policías españoles se produjo después del 11-M, en 2004, cuando José Luis Rodríguez Zapatero ya había anunciado el regreso de las tropas de Irak. "Vino Ana en una actitud distinta y me dijo que aquella gente [los agentes españoles] sólo quería vengarse de mí, que me daba la oportunidad de agredirles durante la entrevista. Me di cuenta de que me querían utilizar. Cuando llegaron me dejaron libre, sin esposas y cadenas atadas al suelo. Querían que yo les atacara... Cuando se fueron, Ana me reprochó mi actitud, y yo le contesté: '¿Estoy aquí por el 11-S o para pegar a los españoles?".

Lahcen terminó su estancia en Guantánamo en Camp Five, adonde fue trasladado encapuchado hacia julio de 2004. Allí recibió la visita del psiquiatra de aspecto oriental que decía hablar el lenguaje de las mariposas, en el que nadie se comunicó con el preso marroquí. "Te decían: 'Si no colaboras estarás aquí toda la vida'. Para comer, un trozo de pan y un poco de cebolla. Aquello era el infierno. No se oían ruidos, no sabías si era de día o de noche".

Una de esas noches, "animal 64" fue conducido hasta la enfermería, donde le hicieron una revisión y le leyeron un documento en árabe en el que se decía que el Gobierno de EE UU no tenía nada contra él, pero que si se relacionaba con Al Qaeda tenían derecho a llevarle de nuevo a Guantánamo. "Querían que lo firmara, pero me negué".

Lahcen fue conducido encapuchado a un avión que le trasladó a la base militar de Torrejón de Ardoz, adonde llegó el 18 de julio de 2005 rodeado de soldados. Hasta su reciente juicio, donde los interrogatorios de Guantánamo han sido anulados, ha permanecido preso en Soto del Real y Palencia. Ahora deambula libre sin documentación ni trabajo. "¿Sabe usted de algo? Mi pasaporte marroquí y 4.000 dólares se los quedaron los norteamericanos".

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